domingo, 22 de septiembre de 2013

Conversando con un Emperador.

-Hola, Mi madre pisó un chicle.
- Hola, yo hoy he cruzado en rojo.
-Un día vi una ardilla.
- Te recomiendo que uses pijama de invierno.
Esta fue la conversación de Whatsapp que tuve el sábado pasado  con un amigo. Fue lo único que le dije en todo el día. Fue un intercambio de palabras totalmente inútil. Si esa conversación nunca se hubiera producido nada habría cambiado.
A lo largo de los siglos hemos ido evolucionado, como ya mencioné en una entrada anterior, para bien y para mal. No me quiero entretener en eso otra vez, simplemente quiero aclarar que este es uno de los factores negativos de la evolución. Antes, la gente era capaz de estar horas y horas hablando por teléfono contándose sus vidas y discutiendo diversos temas, pero actualmente no somos capaces de hacer eso, no somos capaces de mantener una conversación telefónica de más de diez minutos. Tal vez esto sea porque ahora no tenemos nada que contarnos. Si queremos hablar con alguien o si estamos aburridos cogemos el móvil y empezamos a escribir. Perdemos mucho tiempo realizando este ejercicio así que todo me lleva a una única conclusión: si tenemos pocas cosas que contarnos es porque hacemos muchas menos cosas de las que podríamos hacer.  Si no perdiéramos tanto el tiempo tendríamos más ocupaciones y así  más cosas que contarnos.
De vez en cuando realizo con amigos visitas a residencias de ancianos para acompañarles y hacerles pasar un rato agradable. Uno de los sitios de más frecuente actividad, se divide en dos grandes zonas, una para hombres y otra para mujeres. En la parte masculina vive un hombre que me resulta particularmente agradable. Se llama Amadeo Emperador y tiene 96 años. Cuando te ve entrar por la puerta de la sala de estar, se levanta con una agilidad sorprendente, se mete las manos en los bolsillos del pantalón y con un paso firme y elegante se dirige hacia ti. En su rostro lleno de arrugas descubres rápidamente una gran sonrisa.
-Buenos días muchachos.
-Buenos días Don Amadeo, ¿cómo está usted?
-Muy bien, gracias.
Normalmente, dicho esto, nosotros nos callamos y esperamos a que  formule su habitual pregunta. Amadeo tiene memoria a corto plazo o alguna enfermedad parecida, y siempre tenemos la misma conversación.
-¿Queréis que os cuente un secreto?
-Venga, hable.
- Yo soy un Emperador, un Emperador del mundo entero.
-¿En serio?
- Sí, Emperador de verdad, no de los de pega.
Dicho esto nos hace cinco o seis preguntas más y vuelve a presumir de su apellido. Es una persona divertida, entretenida y muy agradecida. Cuando nos disponemos a marcharnos se despide de nosotros agradeciéndonos el rato que hemos estado con él e invitándonos a volver. Sales contento de la residencia, con ganas de volver. Pero esta actividad no solo sirve como un mero entretenimiento. No, esta actividad te ayuda a pensar, te ayuda a aprender y te ayuda a escuchar. La última vez que estuve en esta residencia me dijeron que en su juventud, Amadeo trabaja en una conocida tienda de confecciones de Zaragoza, el Pequeño Catalán. Además de esto me contaron que Amadeo vivía con su mujer en la residencia desde hacía bastantes años, pero hace pocos años ella falleció. Aún hoy, algunos días, cuando Amadeo termina de cenar  se dirige al comedor femenino para ir a pasear con su esposa.
Según he oído, muchos psicólogos y médicos recomiendan a sus pacientes realizar frecuentemente actividades similares a esta.
Antes de terminar me gustaría poner otro pequeño ejemplo de lo beneficioso que resulta realizar esta actividad. Este verano estuve en una residencia similar a la anterior en Valladolid. nada más llegar, Isabel se me enganchó al brazo y me pidió que fuéramos a dar un paseo. Caminaba despacio, por lo que tardamos una hora en recorrer 100 metros. Me estuvo contando que ella no vivía en la residencia, pero que como durante el día no tenia compañía acudía allí para no estar sola. Era muy simpática y cariñosa. De todas las cosas que me contó una  me llamó especialmente la atención: en su infancia era la quinta de diez hermanos y vivía cómodamente en Jaén. Un año, por un motivo que desconozco, su padre tuvo que irse a trabajar a Valladolid dejando a su mujer y a sus hijos en su ciudad natal. La navidad de 1935, su madre decidió coger a los niños e ir a visitar a su querido padre. Me contaba que fueron unos días casi mágicos, que nunca había visto a su madre tan contenta. Pasadas las vacaciones volvieron a su ciudad, pero acordaron pasar aquel verano en Valladolid. Y así fue, cuando llegó el verano, cogieron sus maletas y regresaron. Ese verano empezó la guerra. Su padre perdió el trabajo y no podían regresar a Jaén. Ella misma me contaba cómo hacía los zapatos de su hermano más pequeño con la trozos de la maleta y telas de las cortinas.
La historia me resultó muy entretenida e impresionante, pero lo que más me llamó la atención fue cómo contaba detalle a detalle todo lo que había sucedido 77 años antes. Esa cuando me fui a despedir de ella me dio las gracias por el rato tan agradable que le había hecho pasar.
En mi opinión, si  tal vez si dejáramos de perder el tiempo en nuestras cosas y nos dedicásemos a realizar con compañía actividades como estas, nos ayudaría a hacer cosas grandes y a poder iniciar una larga y entretenida conversación, pues de esto modo, ya tendremos un tema del que hablar.